No, no se trata de la vecina del quinto; estamos hablando de esa especie exótica invasora que se ha ido expandiendo de forma incontrolada por numerosos países del mundo y que se ha convertido en un problema ecológico y social en muchas ciudades, entre ellas Madrid. Y que, como era de esperar, ya ha llegado a nuestro barrio.
A veces se las puede ver fugazmente atravesando las calles de Las Tablas en formación y de forma estruendosa, aunque en los últimos meses su presencia más numerosa se ha detectado en las inmediaciones de la C/ Castiello de Jaca, especialmente en la zona arbolada que limita con el muro de separación de las instalaciones de RENFE y donde se encuentra el huerto urbano del barrio.
Recientemente la concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid Inés Sabanés calificó la presencia de este animal en Madrid como la peor plaga invasora de la ciudad. Se trata de unos animales que, aunque de aspecto entrañable, llevan desde 2013 incluidos en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, que prohibe taxativamente su posesión, transporte, tráfico y comercio.
Y no es para menos. La cotorra argentina desplaza o elimina a otras especies autóctonas como el gorrión o el vencejo, provoca molestias a los vecinos al ser un animal muy ruidoso, sus enormes nidos en los árboles ocasionan desprendimientos de ramas, dañan los cultivos y las estructuras civiles y, por si no fuera suficiente, pueden provocar enfermedades. Según Anecpla, la presencia de estas aves puede llegar a ocasionar pneumonitis en los seres humanos, una afección pulmonar producida por la inhalación de sustancias orgánicas como pequeñas partículas de pluma o de piel.
Es bien conocido cómo llegaron estas aves a España. Desde 1986 hasta 2005 su importación como animal de compañía era legal en toda la Unión Europea y a nuestro país se estima que entraron en ese período cerca de 190.000 cotorras, algunas de las cuales fueron puestas en libertad por sus dueños. Su población asilvestrada ha ido creciendo desde entonces hasta llegar a los 27.000 ejemplares actuales, de los que cerca de la mitad habitan por las calles de Madrid.
Como medida para reducir su presencia en la ciudad, el Ayuntamiento de Madrid ha incluido en su reciente propuesta de modificación de la Ordenanza de Protección del Medio Ambiente Urbano un epígrafe en el que propone"la retirada de aquellos nidos de cotorra argentina, cotorra de Kramer u otras especies de aves declaradas como invasoras en aquellos casos en los que su ubicación y/o dimensión los haga peligrosos para la integridad de personas y/o bienes, debiéndose realizar una adecuada gestión de las poblaciones en el caso de que dichos nidos estuvieran ocupados en el momento de procederse a su retirada". Sin embargo, para algunas instancias conocedoras del tema la medida propuesta no aporta nada, pues la retirada de nidos ya se estaba haciendo y no ha servido siquiera para mitigar el aumento de su población.
Donde parece que sí que se han tomado el asunto en serio es en el Ayuntamiento de Sevilla, que tras ver cómo especies autóctonas en peligro de extinción (como el nóctulo gigante, el murciélago europeo de mayor tamaño) estaban seriamente amenazadas por la presencia de las cotorras invasoras, han decidido poner en práctica antes de que acabe el año 2018 un plan integral para la potenciación de especies autóctonas y control de especies exóticas invasoras que incluye, entre otras medidas, la captura de cotorras argentinas y de Kramer, la poda preventiva de árboles, un censo sanitario de estas especies, la suelta de aves rapaces y la esterilización de huevos.
En Las Tablas, de momento, habrá que convivir con las cotorras argentinas. Su próximo período de incubación será en marzo de 2019, así que hasta entonces el Ayuntamiento tiene tiempo suficiente para decidir si el problema merece ser resuelto o no.
Siempre me han gustado los gorriones: tal vez sea su fragilidad, o esos saltitos rítmicos con los que se desplazan, o su capacidad para convivir con unos seres tan complicados como nosotros. En esto pensaba sin apenas darme cuenta, con los codos hincados en el poyete de la ventana, cuando se disparó la alarma: ¿pero dónde estaban mis pequeños amigos? La respuesta llegó un par de días después, paseando por el Parque Pinar del Rey. Jamás había visto nada parecido (desconocía la magnitud de la invasión de las preciosas cotorras argentinas): árboles, césped, senderos y bancos, todo estaba tapizado por un manto de plumas verdes. ¡Incluso había un maravilloso loro de dimensiones más que respetables! Lamenté no tener a mano el móvil para sacar una fotografía que inmortalizase un espectáculo impresionante: por su belleza y... por su destrucción. Un abrazo, Jesús.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Máximo Disaster. Un abrazo
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