Piscitetas

LA COLUMNA DE ALICIA
Alicia G.

Nueve años, algunas ocho. A mi vera, junto a la toalla sobre la que poso mi falsa despreocupación, parlotean unas niñitas indescriptibles tras darse un chapuzón en la piscina de la urba. Son las cinco de la tarde, calor sahariano y conversación de altura.

La voz cantante la llevan dos, que deben ser las hembras alfa y alfalfa. Cuando sea mayor me pienso poner tetas, dice alfa, y alfalfa añade a gritos que ella también y se planta las manos sobre el pecho y las va ahuecando como si el cuerpo las empujara a soplidos hacia fuera. Discuten un poco sobre la talla (yo hasta aquí, pues yo hasta aquí) y el mejor emplazamiento para estamparse tatuajes, mientras el resto observan embelesadas y asienten. Luego llega la coreografía TicToc de un baile sensual de Rosalía y sus cuerpecillos se contorsionan como los de las bailarinas turcas. Graba el momentazo una de las niñas secundarias con el móvil de Alfalfa, y derechito a la red social tras su visto bueno.

Otra niña de este púber rebaño diabólico, pasadita de carnes, se crece y ensaya una pose a lo anuncio Shein, curvando tronco, cabeza inclinada, manita apoyada en la cadera y labios Mike Jagger. ¿Estoy sexy?, pregunta. Supersexy, responde el resto, mientras se miran a hurtadillas, se tapan la boca y se ríen como posesas.

Sobre el movimiento compulsivo de mi abanico y un calor de mil demonios observo a sus madres al lado, tumbadas como leones marinos en el verano austral. Oyen y ven a sus hijas igual que yo, pero no muestran el más mínimo interés ni percibo la más mínima desaprobación. Sorbo un poco del blanco Sauvignon helado que he comprado en Aldi y camuflado en una cantimplora de las que venden en McDonalds a un euro y pienso que lo mismo la rara soy yo.

Giro la vista y ahí está el salido adolescente del grupo de cromañones testosteronizados de la urba, mirándome fijamente desde la piscina, con el cuerpo dentro y los codos apoyados en el borde. Ayer me entró y le dije que si metía en el pack a su madre, sus dos abuelas y mi marido, me lo pensaba. Ahora me arrepiento, en lugar de sentirse ridiculizado yo creo que está pensando en apuntar a su madre, que la conozco y es capaz de aceptar.

Cuando he visto acercarse mi hijo negacionista, con ese bañador heredado de su primo, su deje ausente y su libro de Naomi Klein bajo el brazo, me he sentido salvada. Se ha tumbado a mi lado, farfullando algo del calor y los chemtrails, y me ha pedido permiso para beber de la cantimplora de agua del McDonalds. Sí claro, le he invitado mientras le desordenaba el pelo con la mano, con la mirada henchida de ese amor de madre que se nos presume a todas, y me he quedado observándole mientras bebía a la espera de ver cómo reaccionaba. 

Definitivamente, la rara soy yo. /

©AliciaG

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