Los niños hessianos

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Jaime S. Cedro

En el siglo XVIII era habitual entre los estados que conformaban la actual Alemania la práctica comercial de alquilar sus ejércitos a otros países y cobrar por sus servicios mercenarios. Inglaterra se benefició mucho de ello y empleó a estos hessianos, como se les conocía, en numerosos conflictos, aunque no le sirvió en el mayor de todos y acabó perdiendo la guerra de independencia norteamericana.

Se sabe que existían acuerdos según los cuales los dignatarios alemanes recibían una prima cuando sus soldados fallecían en estas misiones. De hecho, cuentan una truculenta anécdota del príncipe Federico II de Hesse-Kassel, que se habría encarado con uno de sus generales: "Mueren pocos hombres, no olvides que tengo las arcas vacías".

Sin llegar a tanto, hay muchos príncipes prusianos hoy por España planeando en círculos alrededor del nido del sector educativo y viendo de dónde sacar tajada. Los hay que andan como locos por alejar a los niños de sus padres y acercarles a las pantallas donde habita el maravilloso mundo de Huxley. Los hay que quieren que sean libres coactivamente y controlar su dicción mediante un lenguaje forjado al fuego de la Inquisición moderna. Los hay, con el BOE en la mano, que lacayos de sus señores legislan para generalizar el derecho a no aprender. Los hay para los que todo es mercado y se reservan la ética para la intimidad del cortijo, que ya no es andaluz sino transversal. Los hay por último que ven bien una especie de despotismo ilustrado moderno de mercadillo en el que todo se hace por los niños, pero sin los niños.

Los niños hessianos en España no mueren en la guerra pero pagan su tributo a los príncipes prusianos de turno. Lo pagan en silencio y a costa de su futuro, con enseñanzas instrumentales en lugar de finalistas y con preferencia al continente antes que al contenido, lo cual les conduce irremisiblemente al rebaño sistémico. Hubo un tiempo en que se educaba personas, luego consumidores, después contribuyentes y ahora ya no sabemos ni lo que educamos.

Al igual que los soldados alemanes del siglo XVIII, nuestros niños son hoy una mercancía muy golosa, y eso que las arcas de los príncipes prusianos actuales no están vacías sino llenas. Los chavales darán sus réditos más o menos dócilmente, entregarán su futuro, balarán los arpegios que la orquesta toque y antes o después nos lo harán pagar. En perspectiva no estamos jugando con niños sino con el pasado de adultos y no tardarán en reflejarnos en el espejo de nuestros errores.

Los soldados hessianos obligados a luchar en Estados Unidos para salvar las arcas del príncipe prusiano de turno desertaron en cuanto tuvieron oportunidad. Aquí a la deserción le llamamos fracaso escolar y nos quedamos tan anchos. /

©JaimeCedro

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