Hikikomori

LA COLUMNA DE ALICIA
Alicia G.

Nada, que no hay quien le saque. Mi hijo mayor se ha atrincherado en su habitación desde hace treinta y seis horas y dice que no va a a salir nunca más, que le dejemos comida en la puerta y nos alejemos después para no sentirse amenazado mientras la recoge.

Pero te pasa algo, hermoso, le digo, y me contesta que no habla con tragacionistas, que somos un peligro público y le estamos dejando sin futuro por imbéciles. A mí no me hables así, le digo; pues no me preguntes, me contesta.

La situación es insostenible, sobre todo porque mi hijo pequeño me ha tirado de la manga y pregunta que si le doy permiso para unirse a su hermano en el aislamiento voluntario. Tira que te meto, le grito, mientras desde el otro lado de la puerta escucho cómo me recriminan por ejercer violencia psíquica contra menores ante la falta de argumentos.

Harta no, lo siguiente. Por no liarla parda me he ido a internet a informarme del tema de los hikikomoris, esos adolescentes japoneses que se autoconfinan en sus habitaciones y no quieren saber nada del mundo mientras tengan un ordenador con acceso a internet junto a la cama y dos trozos de pizza al día, que ya con eso se organizan. La diferencia es que mi hijo me exige verduras de temporada y zumos naturales en la bandeja y ni quiere internet ni que le agredamos con las ondas de nuestra wifi, así que ha forrado las paredes de su habitación con papel de aluminio de envolver bocadillos y me ha pedido que le consiga los libros de Covid 19: El Gran Reinicio y La Cuarta Revolución Industrial de Klaus Schwab para saber a qué atenerse en los próximos años, ya que de mí no espera ninguna ayuda.

Esto me supera. Mucho.

©AliciaG


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