Alicia G.
A mí el dichoso apagón me pilló en el ascensor de la empresa, de vuelta del piscolabis de las doce. Estábamos entreplantas y de repente ¡zas!, sin luz y parados.
Dentro viajaba conmigo un informático yogurín de la cuarta planta. Encendimos las linternas del móvil a la vez, por reflejo, y a mí me entró la risa tonta y él comenzó a lloriquear. Relájate hombre, le tranquilicé. Nos sacan enseguida.
No, si no estoy asustado, es que me estoy meando, balbuceó. Y tanto. Diez minutos más tarde y después de probar todas las variantes posturales existentes para contener lo incontenible, la cascada. Antes me pidió por favor y entre lágrimas que no le apuntara con la linterna y, en caso de sobrevivir, que no se lo contara a nadie.
Luego malgastó toda la batería del móvil en diez minutos, con llamadas que no salían y datos que no entraban. La mía, que iba al 12% cuando llegué al ascensor, también palmó. Nos quedamos a oscuras y por aliviar tensiones nos pusimos a hacernos confidencias. Hay que ver qué cosas cuenta una cuando no sabe si dentro de diez minutos estará fiambre.
Yo, que a estas alturas ya daba por supuesto el fin del mundo, renegaba de mi suerte. Vamos a morir todos y al destino no se le ocurre otra cosa que encerrarme los últimos minutos que me quedan en un ascensor a oscuras con un bobalicón. Qué perra es la vida.
Al final escuchamos unos ruidos metálicos, las puertas se abrieron un poco y trepamos como pudimos para salir por un huequecillo. Para cuando el portero gritó que a qué coño olía allí el chaval de la cuarta planta ya había desaparecido y desde entonces no le he vuelto a ver, lo mismo me está evitando.
Cuando llegué a casa con ese olor temía la reacción de mi marido, pero se había bebido todas las cervezas del frigorífico antes de que con el apagón se calentaran y bastante tenía con sus propios olores. Mis hijos sí me echaron la bronca, pero les dije que el apocalipsis era así y que se fueran acostumbrando.
A mí la próxima no me pilla de novicia. Para estas emergencias he echado al bolso dos baterías de móvil y, aunque resulta un poco incómodo, una botella de litro y medio de plástico vacía.
©AliciaG
