El niño de Abu Ghraib

NOTICIAS BIODEGRADABLES
Jaime S. Cedro

Un año más ha pasado sin pena ni gloria por España el Día Internacional contra el Acoso Escolar, que en esta ocasión se celebraba el pasado 3 de noviembre (coincide con el primer jueves del mes). Sin grandes algaradas, sin manifestaciones con coloridas pancartas de los lobbies de turno ni programaciones especiales del duopolio informativo. Había otras cosas más interesantes por las que levantar el puño. En los colegios también ha pasado bastante desapercibida la efeméride y un sorprendente número de ampas, tan voluptuosas en otras ocasiones, no han dicho esta boca es mía.

Aunque lo hayamos convertido en un tema tabú, las cifras que deja el bullying en España son escalofriantes. El que quiera que las busque, están ahí gracias a asociaciones como AEPAE o Bullying Sin Fronteras, porque lo que es a nivel oficial poco interés en que los datos transciendan. Pero cuidado, las cifras de incidencia, y sobre todo las de suicidios por acoso escolar, no son aptas para estómagos sensibles.

Que estemos a la cabeza de Europa (sólo por detrás de Reino Unido) en esta tortura diaria a miles y miles de nuestros hijos es algo de lo que, a falta de autocrítica de nadie, tal vez haya que responsabilizar a las últimas leyes "educativas" de esta exótica democracia que sufrimos, todas ellas ideológicas; a los protocolos ineficaces de prevención; a la incapacidad de una comunidad educativa que carece de interés real y herramientas de control; a una sociedad que mira hacia otro lado; a unos padres que sólo entienden el alcance real del problema cuando sus hijos son las víctimas y a unos políticos que calibran a la baja el sufrimiento de quien no vota.

Hace años me encontré por el barrio con un chaval de unos once o doce años que regresaba del colegio con su mochila a la espalda y enmascaraba su cabeza dentro de una bolsa de cartón con dos agujeros para los ojos, un complemento que inmediatamente me recordó aquellas que portaban los prisioneros torturados de la cárcel iraquí de Abu Ghraib. 

El zagal se recorrió de tal guisa el barrio entero hasta que llegó a la puerta de su casa, donde le abordé para preguntarle porqué llevaba aquello en la cabeza. Me miró, se quitó la bolsa, entró en su portal y con gesto descompuesto me aseguró mientras se alejaba que no era nada. Al volverme, tras unos contenedores pude entrever a varios chavales que se medio escondían, riéndose, sin perder detalle de la escena.

Lo dejé correr, pero ante aquello probablemente pude hacer más, y cada vez que llega esta fecha mi conciencia se encarga de recordármelo.

Ante el acoso escolar todos podemos hacer más. Dejemos de mirar hacia otro lado. /

©JaimeCedro

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