El abeto de mamá

LA COLUMNA DE ALICIA
Alicia G.

Mira que he puesto pegas, pero al final mi madre se ha plantado en casa y dice que pasa las navidades con nosotros. Pero si estamos a veinte de noviembre, le digo, y me contesta que qué sabré yo de cuándo empiezan las navidades y que se queda hasta tres días antes de Nochevieja, no sé si por hacer más evidente la inocentada o por los anisetes del bar del pueblo de fin de año, que no perdona. 

El primer día nos obligó a comernos una bandeja de polvorones de La Estepa y luego se enredó con el abeto que se trajo puesto yo no sé como, con raíces y todo, y ocupó medio salón en un periquete. Ya empezó quejándose de que el chino de la esquina le había tangado en las vueltas de las bolas de adorno, y que cuando protestó empezó a contestarle en mandarín.

Desde que está aquí a mis hijos ni les veo, se encierran en su habitación y dicen que están estudiando mientras de fondo, al otro lado de la puerta, suena el chiu chiu de los juegos de la Play.

Menos mal que hoy mi madre se ha dado cuenta por fin de que éste es un entorno hostil para ella y dice que se vuelve al pueblo. Ni quince días ha aguantado.

Se queja de que cada vez que sale a la calle no tarda ni un minuto en pisar una mierda de perro, que qué guarros somos los vecinos de este barrio. Se queja de que ella cuando va por la calle saluda a todo el mundo pero nadie le devuelve el saludo. Se queja de que en el súper más cercano el kilo de calabacín cuesta tres veces más que los que vende el del camión de reparto en el pueblo y son peores. Le digo que se vaya a un súper más lejos y dice que ya lo ha hecho y cuestan más aún. Se queja de que cada vez que cruza un paso de cebra o un semáforo en el barrio se siente como un conejo, atropellable. Me dio la descripción de una conductora que pasó junto a ella a mil por hora con el móvil en la oreja y mirando hacia unos asientos traseros llenos de niños alterados, pero no fui capaz de identificarla de tantas que conozco.

Se queja de que por relajarse salió el otro día a las nueve de la noche a pasear y, junto al metro, un salvaje en patinete vestido de payaso de un tirón la tiró al suelo y le robó el móvil. Se queja de que el primero que pasó, en lugar de ayudarla a levantarse, se hizo una foto con ella detrás. Un selfie, le digo, pero me mira como si el salvaje vestido de payaso fuera yo.

En fin, demasiado para ella. Hoy se ha despedido de los niños y ha salido de casa refunfuñando. Se ha llevado el abeto, con raíces y todo, así que no sabe el conductor de La Sepulvedana la que se le viene encima. /

©AliciaG

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