martes, 16 de febrero de 2016

¿8 días en Islandia, 2 personas y por menos de 800 euros? Nuestro infatigable cronista de viajes Óscar Pintos lo consigue. No te pierdas el relato de su viaje a Islandia, el único país del mundo donde los elfos están empadronados

ISLANDIA. ENTRE HIELO Y FUEGO
1ª Parte
Por ÓSCAR PINTOS

De siempre me fascinaron los países nórdicos, el frío, la nieve, sus gentes, …, pero no fue hasta 2005 cuando conseguí visitarlos; comencé con Copenhague, y actualmente ya van cinco veces en Dinamarca, tres veces en Finlandia, una en Islandia, siete veces en Noruega, una en Groenlandia, tres en Suecia, y una en las Svalbard.

Islandia, siempre fue uno de mis sueños; lo intentamos en 2008 y en 2012, pero el precio final del viaje y algunos otros factores, nos acababan siempre echando para atrás;unos años más tarde, EasyJet anunciaba rutas desde el Reino Unido a Reykjavík; bastaba arriesgarse a comprar los billetes con bastante antelación, y voilà: Mánchester-Reykjavík y Reykjavík-Bristol por poco menos de 60€; ese verano recorrería Islandia; los hoteles eran caros, pero los asientos del coche que alquilamos, muy cómodos y baratos!!!


Recuerdo que era un caluroso 28 de agosto; entre el calor y los nervios, poco pude dormir antes de que sonara el despertador a las 03:00 de la mañana; había que salir hacia Barajas; a las 05:55, puntual, Ryanair salía hacia el aeropuerto londinense de Stansted. Algunas paradas breves en Cambridge, Nottingham –las tierras de Robin Hood– y Sheffield, amenizarían nuestro recorrido hasta Manchester; en su aeropuerto pasaríamos las últimas horas de la noche hasta que, a las seis de la mañana, un nuevo vuelo nos llevara hasta Keflavík, el aeropuerto internacional de Reykjavík.


Unas horas más tarde, ya estábamos en Islandia; la lluvia, la niebla, el frío y el olor a azufre vinieron a recibirnos al aeropuerto; también la amabilidad de los empleados de Sixt Car, la empresa con la que habíamos alquilado el coche: nuestro medio de transporte y nuestra casa durante los próximos días. Paramos a llenar el maletero en un supermercado cercano –inconfundible por su logo con un cerdito rosa– y pusimos rumbo al Blue Lagoon, quizás una de las atracciones turísticas más conocidas y visitadas del país.

Blue Lagoon
Teníamos un itinerario a seguir, y un horario que cumplir, pero resultó inevitable perder media hora intentando contar cuántas tonalidades diferentes de verde había en el musgo de ambos lados de la carretera. Nos hubiéramos quedado una semana completa en aquel balneario geotermal, al que algunos envidiosos denominaban “escombrera” de la planta geotérmica cercana, pero no disponíamos de tanto tiempo. Al salir, aguantamos heroicamente el frío hasta que las duchas y otras instalaciones del complejo nos devolvieron el calor necesario para continuar el viaje. En el exterior, continuamos maravillándonos con los contrastes entre la negra roca, el musgo verde, y los azules de la laguna.

Comenzaba a llover, pero era cuestión de esperar cinco minutos para que el tiempo cambiara; lo mismo que tardó en volverse negro, abrupto y montañoso el paisaje que nos rodeaba; resaltaban algunas manchas rojizas y amarillentas que normalmente estaban relacionadas con fumarolas y aguas sulfurosas. Recorríamos la zona costera entre Grindavík y Þorlákshöfn, en la Península de Reykjanes.

Grindavik
Aprovechando la calefacción del coche, secamos nuestras cámaras, que no daban abasto y seguimos; todo nos gustaba, todo resultaba nuevo, impresionante, …, pero debíamos continuar hasta nuestro próximo objetivo y otro de los puntos fuertes del día: las cascadas de Gljúfurárfoss y Seljalandsfoss. Tremendamente impresionantes: vuelta por arriba, por abajo, foto desde arriba, perspectiva desde abajo, vídeo desde un lateral, cámaras acuáticas, …, todo valía, y todo era poco para retratar tal maravilla. Perdimos demasiado tiempo, tanto que el Sol ya nos iba advirtiendo que nos quedaban pocas horas de luz, así que, rápidamente condujimos hasta la cercana Skógafoss; ya no sabíamos cuál nos gustaba más; qué cascada era más espectacular; cuál más alta; pero teníamos claro que todas nos encantaban, y que Islandia no me estaba defraudando en absoluto.

Visitamos Vík, ya de noche, aprovechamos para cenar, y dormimos en un área de servicio próxima (una modesta pista apartada de la carretera principal); mañana iba a ser un gran día.

Cascada de Seljalandsfoss
03:24 a.m., hora local. Nos pusimos en marcha nuevamente. Ni despertadores, ni luces, ni radio, ni ruidos, ni café ni bebidas energéticas. Nada nos hizo falta para echarnos otra vez a la carretera, más que nuestras inagotables ganas de explorarlo todo. Queríamos llegar al amanecer a la zona del Lago Jökulsárlón, donde las infinitas tonalidades azules interactúan con los bloques de hielo que se desprenden del Glaciar Vatnajökull; sí, ese que baja del volcán de nombre impronunciable que tuviera el espacio aéreo cerrado por las cenizas. Pero no lo conseguimos: decenas de pueblos preciosos, así como nuestras ansias imposibles por acercarnos lo máximo posible a la lengua del glaciar, hicieron que perdiéramos más de una hora por el camino. Llovía a cántaros, íbamos con retraso y hacía un frío impresionante, pero disfrutamos igualmente del espectáculo de hielo; el colofón final lo puso una simpática foca que nos despedía desde lo alto de un iceberg.

Lago Jökulsárlón
Otra vez la calefacción del coche a tope, aunque éramos conscientes de que no entraríamos en calor ni nos secaríamos por completo antes de que alguna nueva belleza interfiriera en nuestro campo de visión y nos obligara a parar. Había cascadas por todas partes, acantilados negros donde asomaba algún pájaro precioso, cuevas o tejados pintorescos que se desdibujaban en algún valle. Tarde, para variar, llegaríamos al pueblo de Höfn, donde aprovechamos para comer algo, ir al baño y echar gasolina. Tras pasear por sus callejuelas y recorrer su puerto, poníamos ahora rumbo al Norte.

La tarde la aprovechamos para recorrer todos los rincones del fiordo Reyðarfjörður en busca de los misteriosos frailecillos. La verdad, es que no vimos muchos; más bien ovejas y cabras, un paisaje espectacular y cascadas impresionantes. Tal era la belleza de la costa Este de Islandia, que decidimos no realizar paradas a intervalos inferiores a veinte minutos; luego lo bajamos al cuarto de hora; finalmente, las restringimos sólo a cada cinco minutos, y aún así, nos costaba mucho cumplir tal restricción.


Salía el sol, y pueblecillos como Fáskrúðsfjörður se tornaban más acogedores, tanto que incluso sus habitantes se  animaban a hablarnos de “su pasado francés”, motivo por el cual, los carteles estaban escritos en islandés y en francés; fue entonces, cuando descubrimos el viejo hospital francés, la capilla, y hasta un cementerio. Unas cuantas panorámicas desde la nueva iglesia, y continuamos hasta Egilsstaðir, la ciudad más animada del Este. Aprovechamos para dar un paseo por sus modernas calles, echar gasolina, y visitar la cercana Cascada Hengifoss. El Sol no tardaría más de dos horas en abandonarnos, así que comenzamos a subir por el Valle del Jökulsá á Fjöllum –uno de los ríos más largos del país–, intentando alcanzar la zona de las Cascada Dettifoss y Selfoss antes de que anocheciera. Parecía sencillo, pero no lo conseguimos; algo antes de llegar al moderno puente que vuelve a cruzar el Jökulsá, un desvío hacia la 864 que nos llevaría hasta las cascadas, nos hizo creer que ya estábamos cerca, pero no; kilómetros y kilómetros de pista sin asfaltar nos arrastró hasta un cruce, en el que un misterioso cartel puso en duda la capacidad de nuestro coche para seguir avanzando; se había hecho totalmente de noche, y sólo se distinguían dos tenues rayos de luz cuando los focos de nuestro coche conseguían esquivar la inmensa polvareda que íbamos levantando.

Cuando estábamos a punto de desistir, dos reflejos rojos a lo lejos agudizaron nuestra curiosidad, que con nosotros, pronto descubriría que se trataba de otro vehículo acampado frente a los baños públicos de las cascadas; habíamos llegado, o eso creíamos por el sonido; rica cena y a descansar arropados con los potentes rugidos de la cascada.

Algo antes del amanecer, desayunamos y cuidamos nuestra higiene en los baños del recinto, que tenían hasta calefacción; parece mentira: kilómetros y kilómetros de terreno abrupto sin asfaltar para llegar a una carretera normal, y ahí estaba, una caseta de madera en medio de la nada, con unos baños que ya quisieran muchos hoteles. Tras ver la cascada –como pudimos, ya que la niebla, lluvia y oscuridad nos lo dificultaban bastante, la verdad–, e inundar los objetivos de nuestras cámaras, continuamos unos kilómetros más por el Cañón del Jökulsá á Fjöllum hasta Ásbyrgi, desde donde accederíamos nuevamente al Parque Nacional Jökulsárgljúfur desde el sur para recorrer su famosa depresión en forma de herradura; unas plataformas de madera nos situaban frente a escarpados acantilados de hasta cien metros de altura, donde nos resultaba difícil decidir si contemplar los musgos y la vida acuática bajo nuestros pies, ó los frailecillos revoloteando sobre nuestras cabezas; todo un espectáculo que volvía a hacer que se nos olvidara el cansancio que llevábamos días acumulando.

Dettifoss
A media mañana deambulábamos ya por Husavík; admiramos su iglesia, sus callejuelas, el paisaje en general, el monumento al primer vikingo que pobló la zona, y sobre todo su puerto, en busca de alguna expedición para fotografiar ballenas en la Bahía de Skjálfandi, pero tuvimos mala suerte; parecía una ciudad muerta, de aspecto muy contrario a lo que habíamos leído en todas las guías, así que, pronto pusimos rumbo al Lago Mývatn. Primero dimos una vuelta en coche alrededor del basto lago para divisar las diferentes formaciones geológicas, sobre todo los pequeños conos volcánicos de sus orillas; y luego, ya realizamos alguna ruta a pie por las numerosas sendas que hay en las inmediaciones. Comimos algo, y continuamos nuestro camino.

Husavik
Otra parada obligada, era la cercana Cascada Goðafoss, y seguramente la que en más fotos hemos visto. No contábamos con la ubicación exacta, pero era imposible pasarla por alto según íbamos hacia Akureyri; varios caminos a la izquierda, algunos hoteles, parking gigantesco y decenas de autobuses nos advertían de que iba a ser necesario cambiar la tarjeta de memoria de la cámara. Así fue: 132 fotos desde el primer puente; nada más y nada menos; espectacular.

Cascada Goðafoss
Tardamos casi dos horas en recorrer los cincuenta kilómetros que nos separaban de Akureyri; todo nos gustaba y a nuestro parecer, todo se merecía una buena foto; cascadas, ovejas, acantilados, pájaros, valles, la intensidad azul del cielo, … Al llegar, como Akureyri estaba en fiestas, nos costó aparcar (si sí, de risa), y pronto pudimos comprobar que todos los habitantes que habíamos echado de menos en anteriores pueblos, aquí ya sobraban. Es la segunda ciudad más grande del país (sin contar los alrededores de Reykjavík, claro), algo así como nuestra Barcelona en España; y se notaba. Recorrimos sus callejuelas mezclándonos con los islandeses a ritmo de procesión; los incontables niños, los escaparates y algunos cabezudos marcaban el ritmo. Pronto cambió el tiempo, y aunque esto no modificó tal ritmo en los islandeses, a nosotros las nubes nos recordaron que pronto se haría de noche otra vez, y quedaba mucho camino por recorrer.

Comenzaba a llover justo cuando nos montamos en el coche; cinco minutos más tarde salía el sol, y según subíamos las montañas Háafjall incluso pudimos ver nevar; un paisaje precioso en el que la nieve dibujaba los estratos volcánicos marcando diferentes paquetes altimétricos que se apilaban en los escarpados valles. Al bajar, según continuábamos hacia el Sureste, otra vez lluvia, por lo que decidimos avanzar un buen tramos sin –casi– paradas hasta el fiordo Borgarfjörður; en las inmediaciones, veríamos un centro de observación y conservación de focas, el precioso valle del Grimsá, y las Cascadas de Hraunfossar y Barnafoss entre las cumbres nevadas del Eiríksjökull y Þórisjökull; al fondo, completaba la estampa el Glaciar Langjökull. En la plataforma de observación de las cascadas, un solitario viajero con dos trípodes, varias cámaras y muchas ansias de configurar el “modo noche” precedían a la inevitable oscuridad; otra noche más caía sobre Islandia y otro día menos, para nuestro regreso.

Akureyri
Tan sólo unos cientos de metros por pistas sin asfaltar, el polvo y la oscuridad, fueron suficientes para traernos a la mente el recuerdo de la noche anterior cuando tratábamos de llegar a las Cascadas de Dettifoss; de esta forma, amenizábamos el camino haciendo balance y reflexionando acerca de las gigantescas jornadas que estábamos disfrutando en el mágico país. Aún así, según avanzaba la noche, el camino se hacía más pesado, y el sueño quería ser protagonista principal del último tramo que queríamos recorrer en aquel último día de Agosto. Eché la vista atrás, y pude comprobar que aún nos quedaban algunos sobres de café; los mezclamos rápidamente con agua que todavía teníamos desde la parada en Egilsstaðir, y durante media hora conseguimos despistar al cansino sueño. Pero nos volvió a alcanzar cuando nos disponíamos a abandonar la Autopista Circular 1 (en las inmediaciones del túnel de peaje que pasa bajo el fiordo) para tomar la 47 que bordea el Fiordo Hvalfjörður; con mil ojos puestos en el firme irregular y, por supuesto, sin asfaltar, logramos alcanzar la desembocadura del Botnsá; el último trago de café, un sucedáneo islandés del Red Bull, los numerosos baches y la belleza de varios pájaros que hasta ahora no habíamos visto, hacen que logremos alcanzar el parking de Glymur, la cascada más alta de Islandia –ponía en las guías. Lo que no indicaban las guías eran los casi cuatro kilómetros de ascenso con hasta trescientos metros de desnivel que teníamos que salvar, si queríamos contemplar tan extraordinaria belleza.

Cascada de Glymur
Lo hicimos. Exhaustos pero satisfechos, emprendemos el regreso. Apenas estaba amaneciendo, y ya nos encontrábamos, casi sin darnos cuenta, inmersos en el Círculo Dorado, la ruta turística más popular de Islandia. Tres paradas principales la resumían: la cascada de Gullfoss, el Parque Nacional de Þingvellir y el Valle de Haukadalur en la región de Snæfellsnes. La Cascada Dorada ó Gullfoss, se sitúa en el Cañón del Hvítá ofreciendo al turista varios saltos debido a una doble fractura en la llanura fluvial; el recorrido turístico está perfectamente adaptado y pensado para el fotógrafo más exigente, permitiendo obtener instantáneas de cualquier rincón.

Cascada de Gullfoss
En el Valle de Haukadalur pudimos contemplar los géiseres de Geysir y Strokkur; sí, las palabras se parecen, y es que Geysir ha dado lugar al nombre que empleamos para definir estos fenómenos hidrotermales, en los que el agua sobrecalentada por el magma sube en forma de un gran chorro a la superficie, en intervalos regulares.

Finalmente, en el Parque Nacional de Þingvellir comprendimos la Tectónica de Placas, que pudimos ver reflejada en las enormes grietas derivadas de la gran Dorsal Atlántica, la misma que separa las placas americana y europea, y esa misma que va creando corteza a ambos lados, y a la cual, entonces, debemos agradecerle la formación de este precioso país. El parque no sólo es importante desde el punto de vista paisajístico, tectónico, geológico o geomorfológico, sino también por su significado histórico, ya que cuando nos acercamos a la humilde pero bellísima y acogedora iglesia de Þingvallakirkja, otro turista, nos explicó que fuera en este lugar donde se creó el Alþingi, una de las instituciones parlamentarias más antiguas del mundo. Estas asambleas se reunían para castigar a los criminales, dictaminar leyes, solventar disputas, …; también se proclamó el Cristianismo como religión oficial del país, y la Independencia del país; así, el turista británico, nos señalaba la piscina de ahogamientos –donde se lanzaba a los delincuentes–, la residencia de verano del Primer Ministro, y nos explicaba también que la Cascada de los Dioses o Goðafoss, que tanto nos había maravillado, debía su nombre por ser la zona donde se arrojaron todas las estatuas de dioses nórdicos tras el establecimiento del Cristianismo como religión oficial. En diez minutos habíamos aprendido más cosas que leyendo un capítulo entero de nuestra Lonely Planet sobre Islandia!!!!

Empapados de sabiduría por dentro, pero también por fuera de la tormenta que estaba cayendo, volvimos al coche, usamos la calefacción a modo de secador, como veníamos haciendo durante todo el viaje, y pusimos rumbo a la capital; hoy, el cansancio pesaba menos ya que contábamos con un bonito y acogedor hotel en el centro; paramos en un supermercado de la marca del cerdito a comprar unas cervezas para celebrarlo y poco a poco comenzábamos a adentrarnos en lo que parecía cualquier otra capital europea moderna. Altos edificios, amplias avenidas, parques, lagos, teatros, cines y larguísimos paseos frente al mar hicieron por un momento olvidarnos de que estábamos en Islandia. Las reminiscencias vikingas en la Escultura Sólfar ó Viajero al Sol, a modo de GPS recordatorio, pronto nos volvieron a geolocalizar en el país de los contrastes, en aquel viejo rincón donde hielo y fuego siguen compitiendo por moldear el bucólico paisaje. El Ayuntamiento o Ráðhús, el Teatro Nacional, varias iglesias, la Catedral, la Biblioteca o la Galería Nacional completarían nuestro breve tour hasta el Faro de la Isla Grótta.

Ya en el hotel, plano en mano, anotaríamos los puntos de interés turístico que nos pudieran faltar, para visitar al día siguiente antes de salir hacia el Aeropuerto.


Escultura Sólfar

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