Mi hijo pequeño, el que va a un colegio bilingüe por decir algo, ha aparecido esta tarde en casa esgrimiendo un papelote del cole que me pide autorización para que asista a una charla de sexo autopercibido. Pero vamos a ver, criatura, que tienes ocho años, lo que tengas que saber ya te lo cuento yo que para eso te he parido, hombre ya, pero a él se la refanfinfla y quiere ir, sus amigos van todos.
Yo no sé si cortarme las venas o dejármelas largas, no hay día que no traiga drama. Cuando nos hemos sentado para hablar de madre a hijo ha aparecido por allí su hermano el negacionista, que está a todas, y con esa media sonrisa que me pone de los nervios me ha preguntado si podía contarle al nene cositas de David Reimer o John Money para que fuera abriendo boca. No sé ni quiénes son esos pero anda tira, le he increpado.
Cuando nos hemos quedado a solas le he preguntado a mi pequeño si quería que habláramos en español o en inglés como en saiens, y me ha respondido que dependía de cuánto quería que se enterara. El jodío al final va a a ser más listo que su hermano.
Improvisando, le he contado que antes también había gente así, metiéndose en la cabeza de los niños, pero no cobraban por ello. Un día que andaba yo de niña chupando un martillo de la fragua me dijo la tía Anselma que estaba comiendo bacterias, que pondrían huevos en mis amígdalas y cuando eclosionaran me saldrían culebras por la boca. Don Paulino, el cura del pueblo, otro día me aseguró que el diablo entraba por el oído mientras dormías y desde entonces me acuesto con una mano tapándome la oreja. La Teodora, esa bruja del cerro, también abusó de mi inocencia y estuve años creyendo que antes todo era en blanco y negro, pero es que las pruebas eran demoledoras: las fotos de familia, las películas antiguas, los semblantes de nata y las ropas fúnebres de las abuelas.
Creo que no lo he enfocado bien. Esto de improvisar no es lo mío y mi enano no sólo no ha entendido nada sino que juraría que le he dejado traumatizado de por vida. De momento ya se está tapando una oreja y estrangulándose la garganta. Como recurso de emergencia he llamado a su hermano para que se lo explique y mientras me iba a hacer la cena lo último que le he oído es no se qué de la Escuela de Frankfurt y que él estuvo años autopercibiéndose como un taburete.
No se puede hacer peor, pero el caso es que no le firmo. Mis apellidos de soltera eran promiscua y libertinaje, pero por esto no paso. /
©AliciaG