Alejandro Nebrosa
En lo que llevamos de año han fallecido un Premio Nobel de Literatura, un finalista del Pulitzer, otros tantos ganadores del Premio Cervantes, del John Dos Passos, Sant Jordi de Novela, Cervantes Chico, World Fantasy, Hammet, del Premio Planeta y del Pulitzer de Poesía. Por no hablar del resto con premios menores, que también los hay.
En clave nacional, las defunciones más mediáticas han sido las de Elena Huelva por el dramatismo de sus circunstancias (21 añitos) y Fernando Sánchez Dragó por su largo recorrido mediático y su vena entre lo histriónico y lo irreverente. También se fueron Jorge de Cominges, Josep María Espinàs, Juan Muñoz Martín (¿os acordáis de "Fray Perico y su Borrico"?), el canario Alexis Ravelo y Xavier Rubert de Ventós.
Más allá de nuestras fronteras también hubo destacados óbitos literarios. Se fue la controvertida Anne Perry, que siempre llevó a cuestas ese extraño episodio de juventud. También Russell Banks, la feminista Fay Weldon o Rachel Pollack. Entre los latinoamericanos, nos dejaron el chileno Jorge Edwards y la mujer de Borges, María Kodama. Del resto del mundo, los más sonados fueron los fallecimientos del japonés Kenzaburo Oé, el poeta Charles Simic y la croata Dubravka Ugresic.
Muchos, demasiados para apenas cuatro meses. Algunos en la flor de la vida, otros mientras deambulaban su ocaso. Algunos libros se quedarán sin escribir, pero otros ahí están, esperando que alguien los abra y resuciten el espíritu de sus autores.
Y es que, mientras quede su legado, no hay adiós para los escritores.
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