La cámara de descompresión

LA COLUMNA DE ALICIA
Alicia G.

No tengo ni idea de dónde ha sacado mi hijo mayor una cámara de descompresión para buzos del tamaño de un jacuzzi pero ahí está, ocupando tres cuartas partes de su habitación, con una escotilla lateral como si fuera el Nautilus y una botonera digital a mitad de ese lomo cilíndrico y ballenudo que tiene.

Intuyo que debe costar más que mi coche, aunque mi hijo me asegura que en internet todo es posible. No descarto que la haya robado pero me callo. Desde que tiene un profesor nuevo en el colegio está de lo más comprometido con la Ciencia y me explica que el artefacto es para hacer unas comprobaciones respecto a las consecuencias de la despresurización explosiva en los tímpanos y el efecto de las intoxicaciones por nitrógeno en sujetos con cardiopatías. Que ya se conocen los resultados pero que quiere comprobarlo y que me meta dentro.

Estoy tentada de responder que se meta tu madre pero me doy cuenta a tiempo del despropósito. Intenta convencerme de que le preste al gato y cuando le recrimino su falta de escrúpulos me salta con que bien que me callo y me hago la loca cuando se está experimentando con humanos unas vacunas que no están aprobadas. Negacionista que me ha salido el chico.

El caso es que su profe nuevo, el culpable de estos sucesos, no me cae mal; parece el típico joven bohemio y desaliñado de mirada errática e inmune a las convenciones sociales, que olvidaría asistir a una cita romántica con Irina Shayk y al que le da lo mismo llevar la bragueta subida que bajada. A lo Dewey Finn en Escuela de Rock, vamos. Un tipo obsesionado con lo suyo y que ha contagiado su inquietud a toda la clase. 

Descartado el gato, mi hijo que es muy cuco me propone intentarlo con la vecina del cuarto, la que no me habla. Le digo que no me parece mal, pero que luego, si sobrevive, va a chismorrear que tenemos la casa hecha un Cristo y que en el salón las paredes están llenas de geoglifos y líneas de Nazca pintadas con rotulador rojo. Así que tampoco.

Se ha cogido un cabreo del quince ante mi falta de colaboración y me ha recordado que si existen avances en las tecnologías que nos hacen la vida más fácil es gracias a raritos como él, no a ñoñas bienpensantes y mediocres como yo. Ahí te quedas, le digo, me voy a hacer la cena para que se alimente bien Su Excelencia, pero que sepas que el lunes voy a hablar con tu tutor.

Menos mal que con mi hijo pequeño no tengo estos problemas, va a un colegio bilingüe. /

©AliciaG

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