Alicia G.
Dicen que las moscas más molestas del mundo son las de Tomelloso, pero eso lo dice gente que no conoce las de Mira. Una vez que estuvimos en ese pueblo, a la vuelta se me pegaron ocho al parabrisas por fuera y no hubo manera de desprenderlas del cristal ni aún poniendo el coche a 180 Km/h y haciendo eses. Cuando llegamos a Madrid se soltaron tan panchas y se subieron a casa, como si fueran de la familia.
Comen como demonios y molestan como si no hubiera mañana. Se diferencian de las de Tomelloso en que son más achaparradas, como ergonómicas, algo más pequeñas y con lo que estoy segura son genes de alien el octavo pasajero. No sé si practican el coito, aunque una vez vi a dos tirarse encima de una, pero el caso es que llegaron ocho y ahora tenemos lo menos setenta y ocho.
Tampoco las engañas así como así, yo les dejo la ventana abierta y queso en el alféizar por fuera pero ninguna cae en la trampa. Los matamoscas los esquivan con la soltura de un recortador y el bote de ZumTronic insecticida eléctrico se lo beben con la avidez de un soldado ruso en miniatura. Matarlas no las mata, pero luego se tiran borrachas dos horas y hay que salir de casa hasta que se tranquilizan.
Otra cosa que llevamos mal, sobre todo mi hijo el negacionista, es que no te dejan hablar. En cuanto alguno abrimos la boca se lanzan como kamikazes a su interior buscando las partes húmedas y es de un desagradable que para qué contaros. Así que, desde que están estos seres, en mi casa se ha hecho el silencio.
Mi abuela Casimira las mataba con la mano: las atrapaba al vuelo después de un movimiento felino de codo, las aplastaba en el puño y las dejaba caer al suelo lánguidamente. Pero aquellas eran moscas de mi pueblo, no estas fuerzas de la naturaleza. Con éstas estoy segura que no podría. En fin, tendremos que acostumbrarnos o mudarnos, que ya lo tenemos en mente.
Por cierto, el domingo elecciones.
©AliciaG
