El dorso de la mano

LA COLUMNA DE ALICIA
Alicia G.

Ahí la tienes, para una vez que vengo a verla al pueblo no me hace ni caso y sigue ojiplática delante de la tele con el rollo del entierro de Isabel II. Mi madre siempre ha sido muy de estas cosas, de monarquías, chascarrillos y protocolos, y se ha tragado todos los minutos televisados desde que hace doce días la palmara Su Majestad, lo que viene a coincidir con doce días ininterrumpidos de caja tonta.

A mí la que me gustaba era la otra, su hermana Margarita, le digo mientras apaño un cojín desvencijado de la banca. Bebía, fumaba, disfrutaba sus aventuras no autorizadas, bastante tenía con amueblar su vida como para imponer muebles a la vida de los demás y parecía una elfa benigna, no como la siesa estirada de su hermana mayor. Aunque estamos a no más de tres metros de distancia, el sonido de mi voz se disipa en algún punto intermedio entre mi madre y yo y no le llega, como lleva ocurriendo desde hace cuarenta años.

En cambio, a mí su voz sí me llega, quiera yo o no. Me dice que en setenta años de monarquía la reina ha visto caer 7 Papas, 14 primeros ministros de Inglaterra y 13 presidentes yanquis. Sí ya, le digo por hacer el chiste fácil, pero no ha visto ganar una Champion al Atlético de Madrid. Ahí pone su vocecilla de madre de Gru y me suelta que sí, que es cierto, pero es que eso no lo va a ver ni ella ni nadie. Mi hijo el negacionista, que anda por allí y al que le he prohibido que hable de masonería, illuminatis y canibalismo delante de su abuela, parpadea dos veces y sigue a lo suyo.

Cuando han retransmitido en la tele las imágenes de archivo de un besamanos a la reina en una vieja recepción en Zimbabue, me he dado cuenta que a mí nunca nadie me ha besado en el dorso de la mano, ni en modo emperatriz ni de forma romántica. Besarme me han besado, si puede llamarse así, en muchas partes de mi cuerpo, pero no recuerdo nada en en el dorso de la mano. Porque lo del besugo de Paco el sobrino del alcalde cuando éramos jóvenes en la barra de la discoteca no fue un beso, fue un lametazo repugnante a traición y se llevó en la cara de recompensa un vasazo de los de cubata de antes, con rotura incluida. Luego la cicatriz que le quedó de por vida la justificó con el rollo de que se había caído del tractor y tal y cual, pero él y yo sabemos lo que pasó. También su prima Mariví, que estaba presente pero nunca soltó prenda.

Todo eso lo pienso mientras hago que sigo el besamanos a la reina, pero a mi madre no le digo nada. Primero porque no le va a llegar, tres metros es demasiada distancia entre mi voz y su oído, y eso que oye de maravilla. Y segundo, porque sigue pensando la buena mujer que el Paco era un buen partido para mí, con o sin cicatriz, y que me debería haber casado con ese asqueroso y no arruinar mi vida siendo yo misma. /

©AliciaG

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